Dejar el alcohol – El alcohol en el organismo
Entre el momento de la ingestión y el de su total eliminación, el alcohol se distribuye por todo el organismo y en cada lugar va a producir unos determinados efectos.
En el aparato digestivo, principalmente en el estómago, provoca un aumento de la formación de jugos digestivos por estimulación de las células de sus paredes. Esta situación, por un lado, hace más deseable la ingestión de alimentos. En segundo lugar, durante las comidas, esa mayor secreción gástrica permitirá una mayor digestión de algunos alimentos, como las grasas y ciertas proteínas. Sin embargo, una excesiva cantidad de alcohol desempeña un efecto contrario, ya que, en vez de estimular la secreción de jugos gástricos e intestinales, inhibe su formación o produce un exceso de ácido clorhídrico capaz de echare a perder la mejor de las comidas.
Dejar el alcohol – El alcohol en el organismo
En las mismas arterias por las que circula, el alcohol disminuye la adhesión del colesterol a sus paredes, y por eso se considera que una pequeña cantidad de alcohol puede prevenir la aparición de la arterioesclerosis a partir de ciertas edades. Pero este efecto no puede servir de excusa para beber sin moderación ni para abandonar los hábitos alimentarios que aconsejan restringir el consumo de determinadas grasas animales en la dieta, como el más adecuado sistema para evitar la aparición de esa grave enfermedad y de sus consecuencias, entre las que se encuentran, principalmente, el infarto de miocardio y las trombosis cerebrales, causas de muerte en buen número de personas en los países desarrollados, en los que las trasgresiones dietéticas son norma de conducta habitual.
Dejar el alcohol – El alcohol en el organismo
En el corazón acelera el ritmo de los latidos y hace que la sangre circule más deprisa por todo el cuerpo, y por eso la cara y los ojos se enrojecen con el alcohol. Del mismo modo, al circular más sangre, se tiene durante un tiempo una sensación generalizada de calor, principalmente en la cara y en las extremidades. Pero esta sensación sólo es transitoria. Al cabo de poco tiempo, los vasos sanguíneos de las extremidades se contraen y esas zonas se quedan frías.
A los riñones llega una mayor cantidad de agua procedente tanto del metabolismo hepático del alcohólico como de la que forma parte de cualquier bebida. Así pues, los riñones se ven forzados a filtrarla y se produce más orina. Es bien conocido este efecto diurético del alcohol, que se manifiesta en una frecuente micción, a veces de forma urgente, cuando se ha bebido demasiado.
En los tejidos celulares, en general, el alcohol produce un efecto de deshidratación. Esta deshidratación de los tejidos se traduce en alguno de los síntomas de la resaca. Además del dolor de cabeza, provocado por la acción del alcohol en el cerebro, se tiene sed, con sensación de lengua pastosa y áspera.
Los efectos del alcohol son más claros e importantes en el cerebro. El instinto de agresividad, con su maquinaria dispuesta para funcionar en la zona subcortical, es regulado por la razón y derivado hacia otras actitudes no dañinas para uno mismo y los demás. El alcohol, en pequeñas dosis y durante un corto período de tiempo, estimula la corteza cerebral y notamos cómo mejora nuestra capacidad de raciocinio. Pero este efecto es muy transitorio. Al poco rato, y desde luego cuando se sobrepasan los muy estrechos límites de cantidad tolerable, se produce una inhibición de las funciones superiores, con la consiguiente liberación de las más inferiores, las subcorticales.
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